El mundo es un lugar horrible lleno de cosas hermosas

Desde siempre mis ojos me ayudaron a escapar, allí donde una ventana estuviera entreabierta yo podía irme sin abandonar el lugar, y en un follaje imaginarme un viaje a la selva. Nací en Santa Fe y allí viví hasta que me recibí de abogada, luego me vine a Buenos Aires a estudiar sociología e hice mi primer curso de fotografía: "Es muy interesante lo que hacés, pero nunca vas a ganar un concurso" me vaticinó el primer profesor que tuve y fue verdad, pero no por eso dejé de sacar fotos, porque me enamoré de la fotografía, como nos enamoramos de quien no nos conviene.

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Aquello que había hecho toda mi vida podía tener una existencia material, un álbum con las fotos de mi propio viaje interior.
En el año 2003 viví en Nueva York, en Bruselas y viajé por Europa del Este. Fue un viaje que duró dos años, una mañana desayunando en una isla de Croacia, alguien entró a mi cuarto y me robó la cámara y los discos rígidos con todo el trabajo de esos años. La policía me dijo que había una sola ladrona en la isla, me dijeron su nombre y la busqué. Digamos que me simpatizo que fuera mujer y la única, quería conocerla y convencerla de que me devuelva todo. Solo logré verla de atrás mientras se escapaba, corría y era tan hermosa que no le pude guardar rencor.
De vuelta en Buenos Aires, tomé la decisión de volver al litoral, mi punto de partida y empezar todo de nuevo. Allí se gestó este proyecto, en la naturaleza, mi verdadero país. En general trato de trabajar en aquellos lugares donde soy la única de mi especie para no olvidar que soy un animal más. Entonces con el respeto y el tiempo necesario entro en diálogo con quienes allí habitan. Durante horas, o días, me vuelvo parte y no visita. No uso lentes que me permitan fotografiar a la distancia, entiendo la posibilidad de acercarme a pocos centímetros como el tácito permiso que ellos me dan para ser retratados.